Una carta a mamá

Querida mamá.

Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad?

Como puedes ver, estoy más delgada, más fuerte y… ahora hablo español. Qué cosas.

Es el idioma uso para hablar la gran mayoría del tiempo. Aparte de algunas amigas que veo de vez en cuando, con quién hablo siempre catalán es con la perra, que sigue siento Kira. Tú no la conociste, pero te he hablo de ella en otras cartas. Me la he traído a Valencia, la echaba de menos y papá… ya sabes cómo es… no la iba a sacar a pasear, la pereza le vence. No le culpo. Yo decidí traer a Kira, con lo cual ella es mi responsabilidad.

Soy más madura.

Mucho más. He crecido. Me he hecho mayor. Entiendo cómo funciona el juego de la vida. Aún soy muy novata, pero aprendo rápido, o al menos eso intento.

Nuestros temas de conversación ahora serían tan distintos… ¿Cómo serían? Tengo mucha curiosidad. ¿Qué pensarías de mí? La verdad… me da igual. Ya no te tengo rencor. Me da igual lo que pensarías de mí, ya no estás. No eres.

Recuerdo bien tu cara, aún se mantiene en mi cerebro. Cierro los ojos y puedo recrear bastante bien tu rostro. Supongo que las imágenes ayudan. Tengo un cuadro en mi mesita de noche, yo era pequeña y tú, preciosa. Con ese flequillo y esos rizos, allí tenías el pelo casi pelirrojo. Al lado, está un cuadro de papá, éramos más mayores. Ya tenía el pelo gris y yo un cuerpo de mujer. A papá siempre le he apreciado por igual. Pero tú… los mejores recuerdos son aquellos que están en una parte de mi mente que no puedo acceder. Cuando era pequeña.

¿Me da pena? No. Ya no.

Me da igual.

Ya no son. Y son recuerdos que ya no me hacen sentir, no los recuerdo. Pero me da igual.

Tampoco recuerdo tu voz… se ha ido disipando con el tiempo, quedando solo un susurro de lo que era, de lo que significaban tus palabras. Y doy gracias que hoy en día no son importantes. No me hacen sentir.

El otro día conocí a una chica. La relación que tiene con su madre tampoco era buena. Su madre aún está viva… Llega un punto, mamá, que dejar ir es la mejor opción. Tú te dejaste ir y en ese momento, tu inexistencia era lo mejor. Lo hablé con alguien que es muy importante para ti, opina lo mismo. Qué curioso, ¿no?

He aprendido mucho de ti. Cumpliste bien tu función hasta que tuve once años, luego lo hiciste lo mejor que pudiste, como todos. No te culpo. Me responsabilizo de cómo me han influido todos estos años en mi forma de ser, de actuar… Lo permití. Pero era una niña inconsciente, por eso no me culpo.

No hay culpables.

Lo entendí en Bali. Volví, con Guille. También te he hablado de él, te enamorarías de la misma manera que yo lo hice. Volvimos a Bali. Tú y yo allí fuimos muy felices. Era pequeña. Allí te recuerdo como la mejor madre del mundo.

Pero… al llegar allí…

No sentí nada. No recordaba nada. Intentaba buscar algo que no es. Y lo entendí.

Te iré olvidando, vas a ir convirtiéndote en una figura borrosa con el paso del tiempo. Cuando muera importará quien esté en ese momento presente y tú no lo estarás.

Estoy bien. Estoy… muy bien. En paz, trabajando en mí todos los días. Tratando de mejorarme, cuidarme, quererme… ¿Lo podría hacer si tú siguieses aquí?

No lo creo.

Hay personas que te impiden avanzar, te cogen y no sueltan. A esas hay que dejarlas atrás.

No voy a despedir esta carta con un adiós. No lo es. El adiós… ya lo hice hace siete años. Esta no es una carta para ti, no la vas a leer.

Es para mí.

Para decirte que te pienso y sonrío, estoy en paz con tu muerte. Tu inexistencia no me hace sufrir. Ahora formas parte de la energía del Universo, del todo. Allí nos encontraremos cuando me toque a mí. Y moriré siendo la mejor versión de mí misma. Ojalá hubieses muerto igual. No hay vuelta atrás. Lo acepto.

Hasta pronto, mamá.

Deja un comentario