Silencio. Aprecio el silencio. Lo necesito.
Durante muchos años de mi vida, el ruido ha sido lo que más atención prestaba mi mente, ¿sabéis lo más curioso? La gran mayoría de ese ruido lo provocaban las personas que estaban a mi alrededor. Llegó un punto que el ruido era tan desagradable que tenía que hacer algo o me iba a volver completamente loca.
Ligereza. Superar la gravedad. Fluir más allá del tiempo.
Hubo un momento en el transcurso de mi existencia que mi andar se volvió más lento, tenía que arrastrar una bolsa llena de personas que me frenaban, el ruido… seguía siendo insoportable.
Dicen que llevamos una mochila en la espalda llena de problemas, frustraciones, juicios, enfados, tristeza de las personas que decidimos mantener dentro de ella. Pero… ¿por qué debemos hacer eso? Cargamos todos los días con pensamientos compulsivos y un ego que intenta dominarnos, ¿para qué soportar más peso del necesario?
Selección. Necesaria y útil.
Un día se me ocurrió mirar dentro de la mochila, para desprenderme de las personas que amaba, acción que no es fácil de llevar a cabo, pero es extremadamente reconfortante e importante. Me armé de coraje y cogí por la cabeza, una a una, a todas aquellas personas que ya no aportaban nada a mi vida, las saqué de la mochila para dejarlas atrás. Hice una selección. Quedaron tan pocas personas que las podía contar con tan solo los dedos de una mano.
Libertad. La ansiada y posible libertad.
Ya eres libre, lo único que no te lo permites. Nos quejamos de la falta de libre albedrío, sin tener el conocimiento que tenemos el total control de nuestra vida, para ello hay que dejar atrás personas, creencias, valores, pensamientos y juicios. Cuando te liberas de las cadenas de tu ego y el de las personas, levitas y sientes el sabor dulce de la libertad.
He dejado muchas personas atrás, como también me han dejado atrás a mí. No me arrepiento. No me quejo. Lo acepto, porque así soy más ligera, más rápida y tengo el control de mi mente y mi vida.