«Nunca me he atrevido a contar esta historia, siempre ha estado en un rincón de mi pequeño y algo roto corazón. Pero el miedo y la inseguridad han impedido durante mucho tiempo ser feliz. Yo era una chica que ojalá hubiese pasado siempre desapercibida, pero por alguna razón que aún desconozco, nunca ha sido así».
Miraba el papel con las fórmulas químicas intentando entender qué pretendían decirme. Estaba claro que me hacían la vida imposible, el chino era incluso más fácil de aprender que eso. Qué frustrante.
Escuché risas de compañeras de clase, que ojalá se esfumaran con tan solo un chasquido de dedos. Eso me sacó del imposible aprendizaje de la química a una sensación más desagradable, aún hoy no he sabido describirla. Mi mente solo estaba centrada en las risas de esas chicas. Noté como algo me daba en la cabeza para después caerse al suelo. Era solo un trozo de papel, menos mal. Luego noté otro y seguidamente otro. Me giré para mirarlas con rabia, para intentar intimidarlas. Era inútil, eso reforzaba más su conducta.
– Mireia, presta atención o vas a volver a suspender el examen – me advirtió la profesora de química.
Iba a protestar, a explicar que la no atención no era culpa mía. Me callé, no valía la pena. Los profesores no tenían ni idea de cómo lidiar y ayudar a una chica que sufría bullying, o así es como lo llamaban. Para mí, era el maldito infierno. Me concentré otra vez en el papel y empecé a escribir. Todo mi entorno desapareció, como si hubiese hecho ese chasquido de dedos. El bolígrafo iba a una velocidad increíblemente rápida, las palabras fluían de igual manera que una partitura de piano y eso me hizo muy feliz. Entré en mi mundo imaginario para desaparecer unos instantes de mi vida real.
«La escritura era la manera de entrar en el mundo imaginario de Mireia, una chica insegura, miedosa, solitaria y muy infeliz. La escritura me hacía sentir libre, imaginativa, soñadora y fuerte».